domingo, 28 de enero de 2007

La educación de un cierto lagarto


Para un camaleón la educación de sus vástagos constituye un deber insoslayable. Aun así, una cierta pareja de estos lagartos que conozco, no puede domeñar el insoportable impulso de su niño por repetirlo todo a viva voz e imitar poniéndose en evidencia. Algunos celebran las que, a propósito, llaman gracias. Su padre, en cambio, es severo con la inconstancia. El niño no entiende los misterios de los tropismos y el disimulo. Su padre no se cansa de repetirle: para un camaleón, el pasar inadvertido es un arte fino.
El niño no hace caso, y sucumbe una y otra vez al oscuro influjo. Su padre se ha dado cuenta, hoy día, de que el chiquillo está mudando la voz. Pero esa voz destemplada y aguda le enciende el ánimo y le está revolviendo la cena. Falta nada más que le salgan plumas verdes, dice. Su mujer enrojece, cambia de tema, y, camino a la cocina, mira de reojo el sofá. No puede sustraerse de pensar --sintiendo como un vértigo-- en aquel loro parlanchín, tan divertido, que vivía en el 4-B.

No hay comentarios.: