sábado, 28 de abril de 2007

Memorias de familia

Preguntarle la edad a una mujer es una descortesía, quién no lo sabe, pero al respecto, mi tío abuelo Alberto tenía una opinión diferente, él solía decir que era, también y sobre todo, una oportunidad propicia para conocer el carácter de una dama… Sus hermanas contaban que siempre hacía la misma pregunta, y esa pregunta era la medida de todas las cosas.

Las hermanas celebraron el día en que, finalmente, el tío abuelo sentó cabeza. Siendo el mayor, fue el último en casarse, pues a su inveterada costumbre de medir la honestidad de una mujer por una simple pregunta, se unía un carácter de los mil demonios y una ligereza de juicio que lo llevaba a hacerse ideas rotundas acerca de las personas por cosas tontas o mentiras blancas, sobre todo por el tema de las mentiras…

Mi tío abuelo no perdonaba las mentiras y todos los sobrinos lo sabíamos de sobra ---He de agregar, en este punto, que mi tío abuelo tenía en su casa una bodega a la que acudíamos, de vuelta de la escuela, en busca de las sabrosas Galletas Carabobo de Vainilla, de los Chicles Base-Ball, de los dulces Chomp. Ahora bien, el punto es que esa intolerancia hacia las mentiras nos hacía encarar, con más frecuencia de lo deseado, un serio conflicto, pues la otra cosa que no soportaba el tío abuelo eran los chismes y las delaciones. Él solía decir que las mentiras y las delaciones eran las dos caras de una misma moneda, esto es, merced a una vergonzosa incapacidad de asumir la responsabilidad por las equivocaciones, nos ponemos en evidencia delatando al más tonto o dejando ver, en cambio, una flaqueza de carácter, una imperdonable falta de entereza y asertividad.

Así, nosotros aprendimos a lidiar con el monstruo ( ...y que lo diga mi primo Pepito con quien yo repartía el botín de dulces y chucherías), pero es que teníamos una ventaja: de nosotros nunca podría deshacerse, por ser sangre de su sangre; por otro lado, valga señalar que nuestra tierna edad hizo posible que adquiriéramos la ciencia y la técnica (cosa que no hizo la tía abuela quien sólo alcanzó a refinar las expresiones de su mansedumbre): podíamos mentir sin mentir, delatar sin señalar con el dedo. Siempre me acuerdo del tío abuelo, que en paz descanse, a él debo lo más caro y útil de mi repertorio de infame.