miércoles, 29 de septiembre de 2010

De la fe y otras chucherías

En el sitio del cual provengo, unos pocos ---autoproclamados críticos culturales y analistas de la realidad del país--- advirtieron tiempo ha, cómo entre los aficionados al fútbol, la más vehemente manifestación de la frustración es la fe sin límites ni recato. Entre estos críticos culturales hay otros, mucho más aventajados, y perspicaces, que dan cuenta de la expansión de este fenómeno hacia todos los escenarios de la vida ciudadana… Sobre todo entre cierta gente plañidera, autoproclamada, también, luchadores por el país, defensores de la democracia. Se suceden, entonces, elecciones y procesos electorales. Y con la misma puntualidad con la que la afición asiste a la cita premundialista para aupar a La Vinotinto, que ilusiona a todos con la promesa de una participación en un mundial; con esa misma puntualidad, con esa fe grosera, acuden también a las urnas, convencidos de que habrán de derrotar a La Revolución por la vía de los votos.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Como gacelas en el Serengeti




Su empresa parecía destinada al fracaso, al menos eso pensó en un momento determinado entre el cuarto y el sexto mes de expedición… Siempre a remolque, siempre por detrás de los otros: ¿cuando fue que Burton coronó su búsqueda del mar interior descubriendo el Lake Tanganika? ¿Cómo fue que se enteró de la llegada de Speke al Lake Victoria? ¿Con cuánta envidia recibió la noticia del éxito de la trabajosa peripecia de Stanley por el Congo River? ¿Será que alguna vez lo reverenciará y ponderará la Real Sociedad Geográfica? ¿Acaso su nombre resonará como el del presuntuoso de Humboldt ---ese insoportable Piefke? ¿O acaso incitará a la reverencia y a la devoción como lo hace el sonoro alias de Darwin? No, ciertamente no. No mientras siga tras la pista de esa elusiva raza de caníbales norafricanos. No, en tanto siga dilapidando su precario patrimonio y desperdiciando sus ya exiguos arrestos, perdido en estas sabanas de los mil demonios. No, mientras siga los pasos de este guía charlatán que le promete el cielo y le garantiza, le afirma a pie juntillas, que él los ha visto: que son altísimos, se comen a sus propios bebés, como bestias, y corren tan rápido como el viento y hablan en una extrañísima lengua de pluscuamperfectos y sobreesdrújulas…
Digo parecía, porque hoy hemos sentido que estamos nuevamente on track, y Phillip está más excitado que nunca. Digo parecía, porque hoy nuestro guía dice haber avistado las señales indubitables de nuestra llegada a la tierra de los Humus, y es apenas cuestión de tiempo que nos encontremos con esta ignota raza de homínidos.
Hoy hemos entrado triunfales a la minúscula aldea de los Humus. Con desencanto la ha mirado Phillip, y con agrio ánimo le ha espetado en la cara su frustración a nuestro guía. Yo puedo entenderle… ¿Largos meses de afanes para esto? Tantas penurias y sufrimientos, tanta excitación y expectativas… ¡Y no encontramos a nadie en la aldea!.. Grita ya fuera de sí Phillip. Y se me antoja que tiene no poca razón… Mientras Phillip recorría cada palmo de la aldea, incrédulo, histérico. Los niños nos miraban con sus negras pupilas asombradas. Las mujeres se procuraban la invisibilidad, y con grácil y aterrorizado gesto se quitaban de Phillip como gacelas en el Serengetti.

viernes, 8 de febrero de 2008

El avión



Cuenta aquella que me domina que cuando su hermanastra llegó a casa, los hermanos la rechazában sin pausa ni diferencia. La hermanastra solía pasar mucho tiempo sola, ella también pero por razones distintas (en realidad se escondía, no sé si la otra hacía lo mismo). Mi dueña tiene una viva imagen de aquella pasando días enteros como al acecho… Presumo que, en algún momento, veía la oportunidad, alguna evidencia, y entonces se acercaba a ella con una cierta voluptuosidad y una sonrisa en la cara, interrumpía lo que mi donna estuviera haciendo y le contaba su vida. Mi doña ( le llamo de modo distinto porque solemos jugar a eso, a reinventarnos con los nombres) se asombraba, y lo hacía porque nunca pudo deducir qué le había hecho pensar que le apetecían sus historias (como en efecto le apetecían). ¿Por qué se las contaba, y no al resto de las hermanas?
Como era mucho mayor que Sonia (ese es el nombre de quien me domina y manipula, aunque he de de decir que no es su nombre verdadero, la verdad, el suyo me disgusta), le refería, entre risas y rubores, las “cositas” que hacía con su prometido en Bogotá. De esa parte de cada cuento, poco entendía Sonia ---estaba aún en la etapa en la cual el otro sexo es menos algo apetecible que una cosa en contra de la cual hay que emprenderla--- aun así, ella no dejaba de rematar sus relatos con la misma frase: ... pero lo que más me gustaba era el avión... ¡mmm! el avión. Para mi dueña, aquel asunto del avión era un misterio, pero no se atrevió nunca a preguntarle.
Tiempo después ---y según el juicio de su padre siendo todavía una niña--- Sonia abandonó el hogar y alquiló un apartamento sola. Necesitaba demarcar su espacio, cortar el cordón umbilical. Con tristeza, una tarde, debió admitir ( así me lo contó) que Alicia, la mayor de sus hermanas, no le acompañó en su aventura ---me lo dijo con una gravedad que traslucía la traición--- más bien la hermana procuró devolverla al redil confesándole cómo la hermanastra le había referido también a ella sus peripecias en Colombia; acabó diciéndole a mi donna: Usted y yo no tenemos por qué echar en falta esas correrías. Sonia pensó que, después de todo el alboroto que había formado, no podía dar marcha atrás. Sonia se encontraba urgida, pues, por un deseo de saber, de vivir la vida por sí misma.
Sonia no se arrepiente de nada ---menos mal, de otro modo yo sería algo así como una potencia no consumada, una especie de desperdicio--- y menos aún puede ser acusada de inconsecuente. Cada uno de sus actos (lo sé de sobra) responde a razones que jamás se ha ocupado en compartir con nadie. Sí, eventualmente cejó en sus empeños y contrajo matrimonio con hombres que le dieron mucha seguridad y espacio (cosas que sólo hallaba con hombres maduros); no obstante, la ilusión de tranquilidad que presidía aquellos enlaces era disipada por la rutina, y al no conseguir las respuestas adecuadas, al romperse el adulto e íntimo acuerdo, lo mandaba todo al carajo y comenzaba de nuevo (conmigo).
Su padre opina al respecto que Sonia es presa fácil de bajas pasiones –--opinión en la que coincide su hermana, pero en términos mucho más duros---, por ello no debería suscitar asombro alguno el número de sus amantes. Y aunque en el curso de su vida ha tropezado con virilidades asombrosas, ninguna de ellas, ninguna, ha logrado descubrirle los deliciosos placeres aeronáuticos de su hermanastra. Ha de ser por eso que reposo lánguido, descargado y satisfecho en la mesita de noche de su cuarto.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Novissimus Ars Amandi (De los poemas apócrifos de Helene Cixou)





Se agradece a los hombres levantar la tapa antes de hacer lo suyo.

Merci beaucoup.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Eva restricta



Una vez hechas las averiguaciones y concluidos los interrogatorios, mi padre decidió castigarnos. A mí, me expulsó de su casa y suspendió toda clase de prerrogativas, me dijo: “En adelante, te ganarás el pan con el sudor de tu frente”. A Eva le dijo cosas peores. Ahora, es la dueña del dolor. Con todo, lo bueno es que hemos nacido a otra vida. Pero a Eva cualquier cosa le duele.

lunes, 27 de agosto de 2007

Epifanía

Cuando se abrió la puerta del ascensor, un hombre de estatura muy pequeña, y gordo como un saco de agua, nos preguntó si estábamos subiendo. Nosotros cruzamos unas miradas de inteligencia, y sonriendo muy discretamente le hicimos entender. Él se sonrió también y exclamó: ¡Qué bruto! Si estoy en el último piso. Se acomodó entre nosotros, al tiempo que la puerta se cerraba tras él; y, no sin estupor, advirtió, al darse la vuelta, que continuábamos subiendo ---el edificio se abría al cielo, espléndido como un tulipán, y dejaba ver, sólo para nosotros tres, el maravilloso suceso. Tiempo más tarde, reparé en el alcance y significado de aquella travesura. Hallándome solo dentro del mismo ascensor, y una vez que el aparato hubo llegado a la Planta Baja, al abrirse las puertas, una joven de presencia fascinante, formas rotundas apenas contenidas por su piel de fina seda y ojos resplandecientes como el ámbar, me preguntó: ¿baja? Yo procuré inhibir mi primer impulso, no obstante lo cual me quedé de pie frente al tablero, y con los ojos puyúos --- esto es, anticipando los ardores y oscuros gozos que nos aguardaban en ese abismo de candela deliciosa al que habríamos de precipitarnos--- le contesté: Sí, cómo no, pase adelante.

sábado, 11 de agosto de 2007

Modestia aparte




Su mujer ha montado en cólera y no le falta razón. Aunque nadie puede asegurar que está fuera de sí, Gonzalo advierte en su mirada esquiva, en la expresión pétrea de su rostro, en el gesto duro de su frente, en la línea finísima de sus labios, las señales inequívocas de su suprema arrechera. Si bien estaba ya acostumbrado a tal circunstancia ---no tanto porque su mujer fuese particularmente volátil, sino porque él era bastante romo y lerdo--- había algo que le decía que esta vez era diferente. La fiesta transcurre sin novedad, los amigos liban sin descanso el whisky doce años que Gonzalo les brinda… El buen Gonzalito, el pana Gonzalacho, el casi pendejo, si no fuera por su doctorado y el sueldazo que se gasta en El Norte como profesor de una universidad de nombre impronunciable.

¡Quién lo diría! El mismo Gonzalo que una tarde de verano lanzó altísimo una pelota y pronunció en éxtasis el número 7 mientras todos los demás echaban a correr como endemoniados a la espera del seco comando ¡STOP! que daría inicio al juego, Augusto fue el primero que detuvo su carrera y estalló en carcajadas porque el STOP nunca llegaría: era ese el número de Gonzalacho, ‘ñoelamadre… Y apenas los demás lo advirtieron también, un coro de risotadas le dejaron saber que debía detener su frenética carrera, para voltearse y verlos revolcándose y llorando de la risa, como siempre lo han hecho cada vez que recuerdan el episodio.

La risa siempre ha sido la vía de escape de Gonzalo, provocarla como quien lanza una cortina de humo, hacer creer que uno se burla de sí mismo, que lo hace a propósito: hacerse el borracho para esconder que estás chapeto con la quinta cerveza; hacer el payaso para que no se burlen de ti, pues no sabes jugar béisbol con pelotica de goma o te da culillo meterte pa’ lo hondo en la playa. Pero esto ahorita no ha sido una payasada, aunque todo el mundo la ha recibido como tal: Gonzalito, el ocurrente, ¡qué bolas, Gonzalo! Augusto escupió el whisky en una cascada fina que acabó en una risotada, como siempre: ‘ta buena esa, Gonzalo. Y él… sin saber, sin enterarse.

¿Cómo no decir, entonces, que Gonzalo es un tipo supremamente torpe? ¿Cómo hacer ahora? Su mujer está enojada, de eso no cabe duda, pero hay que detener la fuga, una vez más, y leer el coro de carcajadas, interpretar la algazara. Coño, la respuesta más natural era hacer acto de modestia, pero la cosa no pega, ¡Ah, carajo!… ¿Por qué esa otra maldita costumbre, tan impenitente como la torpeza? Augusto dice que se complementan: la cara de perplejidad (de estúpido y fingido asombro) que Gonzalo solía poner cada vez que le entregaban la máxima nota del examen en el cual todos los demás salían miserablemente raspados. Esa cara se corresponde perfectamente con lo demás, porque Gonzalo, a fin de cuentas, lo que deseaba mas que nada era ser aceptado por el grupo. Así, su sobresaliente inteligencia no era más que buena suerte, y merced a ello, modestia obliga, fue pura suerte muchachos... Pero está claro que esa vaina no funciona todo el tiempo, Gonzalo, y la arrechera de tu mujer así lo atestigua. Tu mujer, muy oronda, ha dicho que tiene buena mano ---como colofón adversativo de una plática acerca de cómo los maridos engordan después del matrimonio. Y no está bien, entonces, que tú digas en un arranque de modestia que tú no… Tú no tienes buena mano. Gonzalo, coño, que las palabras no se pueden recoger como quien junta los trozos de un jarrón que ha estallado en el suelo. Mejor, piensa lo que vas a hacer después de que todos nos vayamos, envidiando tu suerte de 75 mil dólares anuales, tu hado de Tenure Track Professor, así… en un inglés mal pronunciado y con mayúsculas… Ve a ver qué dices, Gonzalo… No puedo dejar de pensar en ti, Gonzalo, porque de vuelta a la casa, Augusto me dice que menos mal que todo sigue en su sitio, tú allá y nosotros de este lado sosteniendo el mundo tal como se conoce, suspirando aliviados y muertos de risa… Si Gonzalo sigue siendo Gonzalito, entonces nosotros seguimos siendo nosotros, ¡qué alivio!