viernes, 28 de noviembre de 2008

Como gacelas en el Serengeti




Su empresa parecía destinada al fracaso, al menos eso pensó en un momento determinado entre el cuarto y el sexto mes de expedición… Siempre a remolque, siempre por detrás de los otros: ¿cuando fue que Burton coronó su búsqueda del mar interior descubriendo el Lake Tanganika? ¿Cómo fue que se enteró de la llegada de Speke al Lake Victoria? ¿Con cuánta envidia recibió la noticia del éxito de la trabajosa peripecia de Stanley por el Congo River? ¿Será que alguna vez lo reverenciará y ponderará la Real Sociedad Geográfica? ¿Acaso su nombre resonará como el del presuntuoso de Humboldt ---ese insoportable Piefke? ¿O acaso incitará a la reverencia y a la devoción como lo hace el sonoro alias de Darwin? No, ciertamente no. No mientras siga tras la pista de esa elusiva raza de caníbales norafricanos. No, en tanto siga dilapidando su precario patrimonio y desperdiciando sus ya exiguos arrestos, perdido en estas sabanas de los mil demonios. No, mientras siga los pasos de este guía charlatán que le promete el cielo y le garantiza, le afirma a pie juntillas, que él los ha visto: que son altísimos, se comen a sus propios bebés, como bestias, y corren tan rápido como el viento y hablan en una extrañísima lengua de pluscuamperfectos y sobreesdrújulas…
Digo parecía, porque hoy hemos sentido que estamos nuevamente on track, y Phillip está más excitado que nunca. Digo parecía, porque hoy nuestro guía dice haber avistado las señales indubitables de nuestra llegada a la tierra de los Humus, y es apenas cuestión de tiempo que nos encontremos con esta ignota raza de homínidos.
Hoy hemos entrado triunfales a la minúscula aldea de los Humus. Con desencanto la ha mirado Phillip, y con agrio ánimo le ha espetado en la cara su frustración a nuestro guía. Yo puedo entenderle… ¿Largos meses de afanes para esto? Tantas penurias y sufrimientos, tanta excitación y expectativas… ¡Y no encontramos a nadie en la aldea!.. Grita ya fuera de sí Phillip. Y se me antoja que tiene no poca razón… Mientras Phillip recorría cada palmo de la aldea, incrédulo, histérico. Los niños nos miraban con sus negras pupilas asombradas. Las mujeres se procuraban la invisibilidad, y con grácil y aterrorizado gesto se quitaban de Phillip como gacelas en el Serengetti.

viernes, 8 de febrero de 2008

El avión



Cuenta aquella que me domina que cuando su hermanastra llegó a casa, los hermanos la rechazában sin pausa ni diferencia. La hermanastra solía pasar mucho tiempo sola, ella también pero por razones distintas (en realidad se escondía, no sé si la otra hacía lo mismo). Mi dueña tiene una viva imagen de aquella pasando días enteros como al acecho… Presumo que, en algún momento, veía la oportunidad, alguna evidencia, y entonces se acercaba a ella con una cierta voluptuosidad y una sonrisa en la cara, interrumpía lo que mi donna estuviera haciendo y le contaba su vida. Mi doña ( le llamo de modo distinto porque solemos jugar a eso, a reinventarnos con los nombres) se asombraba, y lo hacía porque nunca pudo deducir qué le había hecho pensar que le apetecían sus historias (como en efecto le apetecían). ¿Por qué se las contaba, y no al resto de las hermanas?
Como era mucho mayor que Sonia (ese es el nombre de quien me domina y manipula, aunque he de de decir que no es su nombre verdadero, la verdad, el suyo me disgusta), le refería, entre risas y rubores, las “cositas” que hacía con su prometido en Bogotá. De esa parte de cada cuento, poco entendía Sonia ---estaba aún en la etapa en la cual el otro sexo es menos algo apetecible que una cosa en contra de la cual hay que emprenderla--- aun así, ella no dejaba de rematar sus relatos con la misma frase: ... pero lo que más me gustaba era el avión... ¡mmm! el avión. Para mi dueña, aquel asunto del avión era un misterio, pero no se atrevió nunca a preguntarle.
Tiempo después ---y según el juicio de su padre siendo todavía una niña--- Sonia abandonó el hogar y alquiló un apartamento sola. Necesitaba demarcar su espacio, cortar el cordón umbilical. Con tristeza, una tarde, debió admitir ( así me lo contó) que Alicia, la mayor de sus hermanas, no le acompañó en su aventura ---me lo dijo con una gravedad que traslucía la traición--- más bien la hermana procuró devolverla al redil confesándole cómo la hermanastra le había referido también a ella sus peripecias en Colombia; acabó diciéndole a mi donna: Usted y yo no tenemos por qué echar en falta esas correrías. Sonia pensó que, después de todo el alboroto que había formado, no podía dar marcha atrás. Sonia se encontraba urgida, pues, por un deseo de saber, de vivir la vida por sí misma.
Sonia no se arrepiente de nada ---menos mal, de otro modo yo sería algo así como una potencia no consumada, una especie de desperdicio--- y menos aún puede ser acusada de inconsecuente. Cada uno de sus actos (lo sé de sobra) responde a razones que jamás se ha ocupado en compartir con nadie. Sí, eventualmente cejó en sus empeños y contrajo matrimonio con hombres que le dieron mucha seguridad y espacio (cosas que sólo hallaba con hombres maduros); no obstante, la ilusión de tranquilidad que presidía aquellos enlaces era disipada por la rutina, y al no conseguir las respuestas adecuadas, al romperse el adulto e íntimo acuerdo, lo mandaba todo al carajo y comenzaba de nuevo (conmigo).
Su padre opina al respecto que Sonia es presa fácil de bajas pasiones –--opinión en la que coincide su hermana, pero en términos mucho más duros---, por ello no debería suscitar asombro alguno el número de sus amantes. Y aunque en el curso de su vida ha tropezado con virilidades asombrosas, ninguna de ellas, ninguna, ha logrado descubrirle los deliciosos placeres aeronáuticos de su hermanastra. Ha de ser por eso que reposo lánguido, descargado y satisfecho en la mesita de noche de su cuarto.